Una vez estaba en una reconocida librería de Montevideo esperando a ser atendida y me encontré con un libro titulado “La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres” de Siri Hustvedt. Me pareció una de esas señales de la vida que hacen que todo contratiempo tenga sentido, ya que siempre me sentí ubicada en ese lado de la moneda, como si el universo (o cualquier fuerza superior en la que creas) hubiera designado roles para todos los seres humanos. El mío en particular: observadora y no partícipe del coqueteo automatizado, a menos que yo decida que así sea. Por Carolina Barreiro.
Esto tuvo un costo altísimo en mi vida, sobre todo en mi adolescencia donde eras considerada anormal si no te interesaba ningún chico popular del secundario. A mí no solo no me gustaban, me daban vergüenza ajena. Para mi tenían vello púbico en el bigote y se tiraban eructos en clases de gimnasia, nada en el mundo podía parecerme menos sexy.
Con el tiempo, comprobé que el patrón se repetía en diferentes ámbitos y que si estás buena y no hablás mucho (o decís lo que quieren escuchar) tenés el approach inmediato de tu jefe, tu profesor, tu novio, tu marido, tu padre, tu hermano y podría seguir nombrando vínculos de distintas naturalezas que involucre a mujeres y hombres.
(Éste último párrafo lo escribí con mucha emoción sobre el teclado = RABIA).
Sin ánimos de sonar oportunista en un momento donde el feminismo está tomando gran potencia, dejame decirte una cosa: con solo sentir o pensar que estás en una posición de desigualdad, ya sos parte de esa consciencia generalizada que ves por la TV o en redes sociales a través de mujeres que se atreven a manifestarse con soltura. No necesitás salir a marchar por tus derechos para entender que más de una cosa está funcionando mal. Acá no hay bandos, la cuestión que se pone en el tapate de conversación es siempre la misma. Algunas lo expresan con mucha precisión y otras en cambio, lo llevan por dentro, pero con solo mirarnos a los ojos, nos endentemos.
Y acá me tiro en la piscina de soldadito y sin taparme la nariz: ¿cómo nos miramos realmente entre nosotras?
Algunos ejemplos:
¡Hora de depilarse!
Como cualquier mujer en el mundo, no disfruto en lo absoluto de este hábito y menos cuando se supone que con la depiladora vamos a tener un momento de proximidad femenina de plena comprensión y voy a pagar el costo del cavado y tira de cola como la mejor inversión de mi vida y todo termina sucediendo a la inversa. Ok, quizás voy con las expectativas muy elevadas y a veces soy un poco exagerada, pero de verdad que tampoco necesito que me reciban vestidas en colores lila o rosa, pongan música indie de fondo y aromas de jazmín para que me relaje cuando todo el concepto en sí mismo me parece torturante. Mis amigas me recomiendan lugares donde ni sentís la cera, donde la depiladora es tan genia que terminas pegando onda y dos por tres te hablás por Whatsapp para ver qué les depara la vida o lugares donde va “fulanita de tal”. Claro, si va fulanita, seguro debe ser bueno (?).
(Por algo la depilación definitiva es considerada un lujo chicas).
Ámbitos laborales con más de 4 mujeres compartiendo espacio en un metro cuadrado
La tercera guerra mundial nos queda diminuta ante este escenario. A priori, quiero aclarar que hay excepciones en todos los casos y que deberíamos agradecer a cada una de esas mujeres que, con su mera existencia, marcan la diferencia.
Ok, ahora volvamos a la guerra. Tuve la oportunidad de trabajar en lugares donde la mayoría éramos chicas con el mismo nivel de educación, pero a los hechos, parecíamos salidas de las cavernas porque cuando había que recortar alguna cabeza, nos conformábamos con comprometerle el ojo a la que estaba al lado con el tenedor (espero que no seas muy sensible a mis descripciones gráficas si estás en horas de almuerzo, merienda o cena).
Si hay algo que no puedo disimular son mis expresiones faciales, a veces quisiera tener cara de póker o angelical para hacerme la boluda, pero no me sale ni haciendo fuerza. De modo que ser “la anti” me es un rol inamovible.
La cuestión era que, en esos grupos, si no te comportabas como el resto, eras consideradx rarx y/o locx. Era totalmente identificable el signo de lo que suelo llamar “intolerancia al diferente”, algo muy común en la sociedad uruguaya. Por suerte, siempre entendí que las personas tienen un método de defensa inmediato cuando no manejan otras ideas o conceptos a los que conocen, es algo bastante básico e instintivo pero muy fácil de captar si se tiene una intuición desarrollada.
Volvernos expertas en expresiones despectivas
Zorra, puta, falsa, mala, loca, arrastrada, cornuda, entre otras. La sociedad y figuras femeninas que idealizamos nos dan a entender que pensar así de otra mujer es normal y que no deberíamos horrorizarnos con eso. Me parece una animalada que definimos a otras mujeres sin conocerlas y sin darnos cuenta de que lo pensamos de otra, no es más que un espejo de cómo nos vemos a nosotras mismas.
He notado (e hice la prueba) que, si en menos de 5 minutos le decís algo positivo a otra mujer, es posible que la hagas entrar en una extraña confianza pero agradable donde a la larga o a la corta (dependiendo del nivel de apertura mental y espiritual que la persona tenga) va a terminar sintiéndose a gusto en una charla donde se discuta algo más profundo que hablar de la nueva tendencia en bombachas para el invierno (aunque suena picante también, me anoto).
Tristemente, la sociedad nos puso en un ring de boxeo que nos obliga a competir las unas con las otras. Si la palabra “integrar” hubiera estado desde los comienzos, no estaríamos en esta lucha interminable por sentirnos a gusto en cualquier contexto.
Enojarse no es de señoritas
Se podría decir que soy una mujer con carácter desde que tengo uso de conciencia. Mi familia lo vivió en carne propia toda la vida cuando era la primera en pedir que las horas de canales de fútbol no se hicieran rutina. Nunca entendí por qué los varones tenían que maldecir el televisor ante la negligencia de algún referí, mientras las nenas tomábamos el té y hacíamos galletitas. De hecho, nunca hice galletitas, no me gusta cocinar.
En el colegio, los adscriptos me decían que no me sobre – exigiera tanto y a mí me parecían unos vagos por darme esos consejos, dándome a entender que quién se tenía que romper el lomo para llevar la comida a casa y pagar las cuentas, era el hombre. Con los años entendí que tampoco era sano darme con el palo por la cabeza para que me saliera todo bien y que errar es humano, pero digamos que el genio lo conservo. A veces me cuesta controlar las emociones porque siempre fui muy sensible, pero aprendí a preservarme en aquellas situaciones en las que no tengo por qué callarme o tolerar exposiciones que, en definitiva, me ponen en un lugar que no me hace sentir feliz y creo que todas las mujeres tendríamos que tener esa alarma de “peligro” cuando algo nos desvitaliza.
Nos hicieron creer que sonreír es la única fórmula efectiva para vernos siempre lindas, que no estar de acuerdo es rebatir la opinión del otro (y eso es muy feo) o que sentarnos plácidamente en un sillón es de desprolijas.
Sí, a mi también me criaron como princesa, pero me siento muy lejos de eso o por lo menos, me siento una princesa en mi propio reino, con mis propios principios y mi propia corona.
La cuestión es que todavía tenemos mucho por evolucionar como personas, tanto mujeres como hombres y que habla de una humildad gigante que podamos partir de esa base, aunque nos cueste el alma entera en ese proceso de aprendizaje que algunos llaman “vida”.
5 maneras de empoderarte (aunque sea por un día):
1-Tus curvas no definen tu inclusión a ningún lugar. Ponete ese jean que te cierra solo en posición horizontal, te queda bárbaro.
2-No importa cómo manejes tu sexualidad, es tuya y de nadie más. En serio.
3-Si estás en un mal día, está perfecto. Comete ese antojo que venís postergando.
4-Van a intentar poner en duda todas tus conclusiones, dejalos ser. Ellos también necesitan estar seguros de algo.
5-Probá compartir tu sabiduría con alguna mujer que no sea de tu circulo social (se siente muy bien).
BONUS TRACK: Sos tan libre como el resto de elegir con qué tipo de versión de vos misma manejarte en el mundo sin perder la esencia. Si un día querés ser la más mal humorada del condado, está genial y si otro día, querés la más permisiva de todas las permisivas, también está bárbaro. El punto de quiebre se da cuando te sentís observada e inevitablemente terminás siendo lo que otros esperan que seas.
Ser mujer para mí solo se trata de una cosa: llevar todo lo que soy con orgullo.
Caro
Ilustración – Diego GSN Gonzáles
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