Cuando me invitaron a escribir acerca de Alfonso Villagrán, no lo dudé. Lo conocí a través de una amiga en común en una típica noche de degustación de exquisitos tragos de autor. Luego del segundo uno arranca el auto con destino a cualquier lado con la promesa de que la vida es tan gratificante que merece ser compartida con gente buena onda. Y así fue.
Estuve un poco ausente y viviendo en un eterno presente con esto de que las horas del día no alcanzan para hacer todo lo que queremos, como, por ejemplo, sentarme a escribir un nuevo artículo de Tinta Virtual: un espacio que me resulta bastante liberador y que cuando no está presente, se nota en cada milímetro de mi sistema.
Como me sucede bastante seguido, antes de meterme de lleno con el desarrollo del artículo, mi imaginación hizo de la suyas y se movió a gran velocidad creando un escenario ficticio (o no) donde un empleador y un empleado sostienen una incómoda conversación que servirá de introducción para entender el tema en cuestión, el cual espero que dé lugar a reflexiones en semana de turismo…
Una vez estaba en una reconocida librería de Montevideo esperando a ser atendida y me encontré con un libro titulado “La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres” de Siri Hustvedt. Me pareció una de esas señales de la vida que hacen que todo contratiempo tenga sentido, ya que siempre me sentí ubicada en ese lado de la moneda, como si el universo (o cualquier fuerza superior en la que creas) hubiera designado roles para todos los seres humanos. El mío en particular: observadora y no partícipe del coqueteo automatizado, a menos que yo decida que así sea. Por Carolina Barreiro.
Se podría decir que tengo una especial simpatía y complicidad con las personas mayores, me gusta cruzármelas en la calle y sonreírles sin conocerlas. Tengo una envidiable paciencia con su sordera aguda y por qué no, con compartir una tarde tomando el té en un geriátrico mirando documentales de plantas acuáticas.