(Este artículo está basado en historias reales, cualquier similitud con la realidad, no es pura coincidencia).
Una de las razones por las que empecé a escribir desde pequeña es porque mi recepción frente a cualquier estímulo (sea positivo o negativo) siempre la encontré libre de expresar. En el colegio leía y escribía en los recreos, en las clases de química y mi lugar preferido, era la biblioteca. Supongo que necesitaba exteriorizar lo que llevaba por dentro y si no lo hacía, automáticamente, me aislaba. Mis padres se preocupaban un poco y mis maestros me felicitaban. No podía creer como una niña de tan corta de edad optara por leer en momentos que es común jugar a la pelota, a las escondidas o intercambiar stickers. Todo eso lo hacía, pero con un fin: poder escribir luego acerca de la experiencia.
No era novedad que mis padres tuvieran que pagar profesor particular de matemáticas para que salvara los exámenes y que, a su vez, pensaran en regalos motivacionales cuando llegaba el carné con calificaciones de 11 o 12 en materias como filosofía o literatura.
Muchos años después, la práctica se transformó en recurso, el recurso en oportunidad y la oportunidad en trabajo y acá estoy, haciendo lo que más me gusta y esperando que éste 3er artículo de #TintaVirtual pueda llegarte al corazón o al menos que te ayude a reflexionar, que te haga lagrimear, te genere una sonrisa o te impacte, pero que, bajo ninguna circunstancia, pase desapercibido por tu retina.
Y con estos párrafos introductorios, me meto en un tema que nos involucra a todxs y que, gracias a una anécdota de la semana pasada, encontré el puntapié para sentarme a escribir: la revolución de la tecnológica en nuestras vidas.
Se podría decir que las amistades son especiales para todo el mundo, pero en serio que las mías son únicas, no solo porque esencialmente están hechas de un material que le hace bien a cualquiera, sino porque les suceden cosas dignas de compartir. Mi amiga, Penélope, es de esas que uno necesita. Es el cable a tierra para todo y la mejor consejera práctica que un ser humano puede tener. Siempre tiene el pelo perfecto, como de princesa, no necesariamente inmaculado, me refiero a su textura, siempre suave, puede pasar días sin cepillárselo que siempre va a lucir delicada. Sus looks podrían servir de inspiración a Woody Allen para crear algún personaje de su próxima película: una mezcla de mujer trendy parisina con ciertas distracciones a la hora de elegir el zapato perfecto. Con un Curriculum Vitae brillante en su haber, un sueldo superior al de muchas personas de nuestra edad en Uruguay y una seguridad admirable, se mueve por cualquier rincón de la ciudad como si ya hubiera vivido esta vida y supiera de memoria lo qué va a suceder y por qué, hasta que le tocás el talón de Aquiles: las relaciones sentimentales.
Hacía un tiempo me había comentado que se había hecho Tinder y que, aunque esté lleno de losers buscando vínculos efímeros (o ni sabiendo ni lo qué buscan), también había pibes muy interesantes. Nunca me descargué la aplicación, lo haría, conozco parejas que se conocieron por Tinder y se casaron (no pregunten por qué, pero dudo que sea mi caso) pero sin ánimos de andar con prejuicios, considero que las redes sociales están haciendo estragos en nuestras iniciativas, emociones y decisiones. De verdad que se confundió todo y también es verdad que en esa confusión transitamos esperanzados, estamos sumergidos en un mundo virtual que nos identifica por fotos, nos categoriza por información y nos pone a prueba por cada doble click. No podemos luchar contra eso, no nos queda otra mejor opción que unirnos a la tecnología en un fuerte abrazo y utilizarla de la manera más inteligente que encontremos.
Penélope conoció a Martin por Tinder. Luego de un mes chateando, todo indicaba que era el candidato perfecto para elevarse de las salidas que incluyen cerveza, besos efusivos y manoseo. Estuvieron un mes hablando hasta que finalmente concretaron una salida, no bastaron ni tres encuentros para que mi buena amiga se enamorada perdidamente, pero Martin no era más que una caja hermética de dudas y sospechas.
En 2018, somos todos unos expertos stalkers, no necesitamos tener algún tipo de contacto para que, sin conocernos en profundidad, ya sepamos bastante del otro. Penélope lo stalkeó y para su desventura, no encontró absolutamente nada. Martin no tenía Facebook, Instagram, y para colmo de males, no existía en Google. No existir en el buscador más famoso y certero del universo, es como haber bajado directamente de una nave espacial en búsqueda de chocolate y mujeres ardientes. Martin era de carne y hueso. La odisea por sacarle la ficha recién empezaba.
A continuación, una extracción de una captura de una charla entre ambos dos:
Penélope: ¿Quién sos?
Martín: ¿Cómo quién soy Penélope? No tengo nada que ocultar…
Penélope: Bueno, entonces, ¿por qué no me agregás a Facebook?
Martín: Le tengo que preguntar a mi mujer jajaja
Penélope: En serio, no te creo nada. Mostrame tu CI.
(audio dudoso de Martín de 36 segundos en el cual demostró que defenderse no es su fuerte)
Penélope: Sos un mentiroso profesional.
(por si teníamos alguna duda de que Martín es un trancado bárbaro)
Martín: Yo entiendo que querés filtrar pibes, pero… pero… o sea, no es esto lo que estoy buscando.
Penélope: No te creo nada…
Martín: Hagamos una cosa, salgamos a comer mañana. Te llevo el reloj que dejaste en casa y charlamos mejor.
Por supuesto que Penélope omitió en la conversación que lo había stalkeado más de la cuenta y lo único que sé hasta la fecha es que se juntaron a cenar, que mi admirable amiga va a dejar que se enfríen un poco las cosas y le va a dar una chance.
Mi opinión al respecto es que cuando algo te huele a podrido, es muy posible que esté pasado de fecha de vencimiento y largando moscas en donde sea que esté escondido. Con esta metáfora apelo a la intuición como principal creencia que no falla en el 99% de los casos. El margen de error siempre está pero que Martín sea inofensivo no es una opción válida. Quizás no sea el psicópata que imaginamos que se dedica a la pornografía infantil o al contrabando de órganos pero que algo esconde es seguro y apostaríamos hasta el dinero que no tenemos a que es un inseguro categoría A y éstos inseguros se caracterizan por una sola cosa: niegan todo hasta la muerte.
Así que, mucho cuidado, detrás de la pantalla puede esconderse la persona que va a iluminar tus días para siempre o alguien que puede hacerte mucho daño.
Siempre estuvieron entre nosotros, nada más que ahora, es más sencillo detectarlos.
Abrí los ganchos y entendé que las personas tenemos necesidades y que, a través de un dispositivo, el juego del gato y el ratón es más vicioso de lo que esperabas.
(los nombres de los personajes de este artículo fueron cambiados para proteger su identidad).
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